15 enero 2009

¿Por qué me duele, doctor?


«Esto es un crimen. Sólo pido que me diagnostiquen mi enfermedad de una vez por todas», reclama María Eugenia Asprón, una avilesina de 52 años que desde hace 15 vive un calvario de médico en médico aquejada de fuertes dolores en la espalda que calma a duras penas con parches de morfina. Mientras los facultativos debaten si su mal es consecuencia de artrosis o de un desplazamiento de cadera que le roza la médula, Asprón trabaja como limpiadora en un geriátrico ocho horas al día. «Siento impotencia, los médicos no me aclaran lo que me pasa y cuando me dan la baja el Tribunal de Inspección de Trabajo contradice los informes sanitarios; no puedo más», solloza.

La primera consulta de María Eugenia Asprón con el médico de familia la tuvo en 1994. Entonces acudió con un fuerte dolor de espalda. «Me dijeron que era un dolor lumbar y que tomara paracetamol, entonces no me mandaron al especialista. Diez años después, en 2004, empecé a trabajar como limpiadora, tarea que incluye coger pesos, y los dolores aumentaron hasta el punto de sentir que me serraban las piernas», afirma. Su médico de cabecera del centro de salud de La Magdalena le derivó entonces al reumatólogo del San Agustín. «Me dijo que no tenía nada, pero que tomara unas pastillas porque iba a tener dolor. ¿Por qué si estoy sana tengo dolor?», se pregunta. Su salud empeoraba cada día. «Un día el médico me tomó a broma y me enfadé. Como resultado me dio un volante para el hospital en el que ponía que era una persona agresiva», añade.

Ya en el San Agustín, los reumatólogos realizaron informes con diferentes diagnósticos: fibromialgia, artritis... «El año pasado, finalmente, me dijeron que tenía desplazada la cadera, que rozaba la médula y que eso no tenía curación. En el informe me prohibieron trabajar, pero la Inspección de Trabajo se contradijo», afirma.

María Eugenia Asprón ha tocado ya todas las puertas imaginables, en la medicina pública y también en la privada. «Cuando llego a casa no me siento con fuerzas ni para cocinar y sólo deseo descansar. Todo esto me ha llevado también a la consulta de un psicólogo», dice. A su modo de ver, «los más débiles somos siempre los que quedamos en último lugar, hasta en la sanidad», concluye. Asprón reclama ayuda.

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